Educación
Los múltiples y a veces contradictorios sentidos asignados al concepto de inclusión reclaman la urgente necesidad de precisar el alcance del mismo. En el presente artículo se describen los matices de este concepto y su relación con el buen vivir. El análisis posibilita arrojar luz sobre sus implicancias y también propicia prácticas inclusivas a nivel individual y comunitario. Dichas prácticas se orientan a la inclusión social, cultural y educativa de personas que presentan diversas condiciones de vida resultado de pertenecer a distintas etnias, culturas, religiones, géneros, desarrollo intelectual, físico, motor, psíquico o de cualquier otra índole. El objetivo final de informar sobre estos aspectos es contribuir a hacer efectivas las condiciones del buen vivir en las instituciones y en la comunidad.
Publicada el 28 DE AGOSTO 2017
Concepto de buen vivir. Alcances e implicancias para la vida en comunidad
La idea que da fundamento al concepto de buen vivir implica una visión compleja y multidimensional de las condiciones de vida. Estas no se valoran desde criterios de índole económica, sino que incluyen consideraciones referidas a la sensación de bienestar propio y comunitario. Estima condiciones de seguridad, de satisfacción de necesidades básicas, de posibilidades reales para la proyección de anhelos y deseos que implican el mejoramiento de las condiciones de vida, la prevención y tratamiento de enfermedades, la satisfacción de necesidades espirituales, culturales y educativas, entre otras.
Es importante aclarar diferencias semánticas respecto a otros conceptos como el de vivir mejor. Este último se sustenta en una ética del progreso ilimitado e incita a una competición con los otros para lograr mejores estándares de vida. Por el contrario, el buen vivir se orienta a concretar una ética de lo suficiente para toda la comunidad y no solamente para el individuo.
El buen vivir supone una visión holística e integradora del ser humano, inmerso en una comunidad que incluye no sólo al hombre sino también al contexto natural y ecológico y a las necesidades espirituales. Esta concepción de hombre y su desarrollo personal y comunitario no puede analizarse al margen de la reflexión sobre los derechos. El concepto de derecho implica todas aquellas consideraciones y prerrogativas, en cuanto a la valoración del ser humano y su dignidad. Es decir, el reconocimiento de la importancia de la vida humana, por sobre los demás bienes y seres.
La dignidad humana como fundamento de los derechos
Los derechos pueden ser entendidos como conjuntos de principios, que fundamentan acciones necesarias, para el desarrollo pleno y sano de todos los miembros de la sociedad. A lo largo de la historia, los mismos se fundamentaron en el concepto de dignidad humana, es decir, en la valoración especial que merece la vida humana por sobre otros aspectos significativos de la cultura. Por tal motivo, se proclamó la universalidad de dicho reconocimiento. A medida que la declaración y reconocimiento de los derechos se plasmaron en prácticas sociales de la vida cotidiana, en los distintos sectores sociales, comenzó a evidenciarse la necesidad de reconocer y contemplar las particularidades de las personas en función de su ubicación y participación en distintos estamentos de la sociedad.
El ser ciudadano implica el reconocimiento y el ejercicio efectivo de derechos y obligaciones que promuevan el desarrollo pleno y sano de la comunidad. La participación plena en la vida ciudadana también debe integrar el proceso de institucionalización de nuevos reclamos y consideraciones, en relación a la posición y rol de distintos grupos sociales, en el contexto de la cultura actual. En caso de no contemplar las particularidades, se sienta precedentes para prácticas sociales que evidencien desigualdades y discriminaciones.
La práctica de derechos remite necesariamente al ejercicio de prácticas de participación en diferentes ámbitos, civil, político y social. La participación activa, es posibilidad de creación de los derechos, que reconocen necesidades y particularidades. El reconocimiento en las prácticas sociales de los derechos, constituyen el centro de las buenas prácticas de ciudadanía, en tanto que garantizan la creación de nuevos derechos. A lo largo de la historia, los hombres y las sociedades evolucionan y cambian. Esta es una realidad palpable que explica la evolución misma de la cultura humana.
Alcances del concepto de diversidad
En la historia de la humanidad, es posible reconocer distintas actitudes frente a las diferencias de razas, de culturas, de religiones, de saberes, de posiciones sociales, entre otras, Las actitudes dominantes han sido la negación, el odio, la conmiseración, entre otras actitudes no positivas. Los procesos de cambio social sobre la diferencia en relación a los derechos humanos se gestaron desde minorías sociales convencidas de que era posible educar, sanar, trabajar, crear desde una mirada distinta, desde un paradigma diferente.
La palabra diferencia impone reconocer a otro que se presenta desde su originalidad como alguien único, encontrar la frontera o límite entre lo propio y lo ajeno, entre lo conocido y lo desconocido, entre lo normal y lo especial. Esta mirada se sustenta en el concepto de vida como realidad primordial. Se enlaza con valores como el buen vivir y la solidaridad humana que necesariamente nos lleva a generar condiciones de equidad en la prácticas cotidianas y en el ejercicio de los derechos, dentro de una comunidad organizada.
Pensar la diversidad nos enriquece como personas y como sociedad. Este concepto, nos remite a valorar el mundo y la realidad desde la contemplación de la existencia de otros, de modos distintos de hablar, de hacer, de festejar, de rezar, de aprender. Esta mirada supera la atención del “déficit a lo que falta, a lo que no tiene”. Se fundamenta en un pensamiento amplio, que incluye el género, la enfermedad, el déficit, la etnia, las contingencias educativas, sociales, económicas, culturales, entre muchas otras diferencias.
Dentro de cada cultura, aparecen actitudes, discursos y acciones que evidencian modos diferentes de concebir al otro, distinto de mí, al otro como un alter. Frente a los posibles modos de actuar, aparece la reacción de la discriminación, como resultado de la negación violenta y autoritaria de la diferencia. Esta se expresa en prácticas sociales, ligadas a la puesta de límites y prohibiciones que impiden el compartir, el estar, el interactuar, el aprender. Las razones que fundamentan estas prácticas niegan al sujeto que se presenta, se opone como distinto, interpela desde lo diferente a una identidad que es una construcción individual y social.
Las profesiones ligadas a la satisfacción de necesidades básicas, como la atención de la salud, la educación, la recreación, entre otras, pueden fundamentar sus prácticas profesionales a partir de la consideración de la singularidad del otro. Es decir, focalizarse en las experiencias de vida de cada sujeto. Es imposible proteger la salud de alguien, si se desconocen antecedentes familiares, hábitos, regímenes de alimentación, entre otros aspectos. Estas necesidades básicas se ligan necesariamente al concepto de buen vivir. Son el cimiento de la noción de derechos. Los derechos implican, el reconocimiento y las acciones para el desarrollo sano, de todos los miembros de la sociedad. En este punto, se vislumbra la interrelación, entre los conceptos de dignidad y necesidades humanas, salud y desarrollo.
La interacción entre diversidad y ciudadanía
Reflexionar, sobre el sentido de ciudadanía, nos remite a pensar en la autonomía, frente a las barreras, impuestas por el entorno cultural, o asumidas, por distintos grupos sociales. El pertenecer al grupo de ciudadanos, implica necesariamente, concebir a la ciudadanía como un espacio restringido a quienes son considerados ciudadanos y, al mismo tiempo, pensar en la dinámica que ejercen los grupos excluidos para alcanzar el estado de ciudadanía. En este sentido, este concepto es movilizador de voluntades y acciones. Históricamente los derechos son conquistas sociales, de grupos no hegemónicos, gracias a las cuales, se han podido reconocer y hacer respetar los distintos derechos.
El Estado como garante y agente para la gestión del buen vivir
El Estado puede ser entendido como una forma política de organizar a las sociedades a lo largo de la historia. Por lo tanto, asume el sentido de conductor social, que cumple la función de instituir y reunir a distintas instituciones. Desempeña este rol mediante un conjunto de normas o leyes, que, en la dinámica de la sociedad y de la cultura actúa como promotor y regulador de derechos y recursos civiles, políticos y sociales. El Estado se constituye entonces en garante de derechos personales y sociales. En el desempeño de este rol opera como agente de integración social y cultural e impulsa cambios, demandados por los grupos sociales, económicos o las fuerzas políticas.
La acción del Estado se expresa en la definición y ejecución de políticas de orden económico, de seguridad, educativas y de orden social entre otras. La siguiente cita, de un libro publicado hace ciento sesenta y nueve años por Rudolf Virchow, refleja este sentido:
“(…) El Estado democrático desea que todos sus ciudadanos disfruten del bienestar porque reconoce que todos tienen iguales derechos. Las condiciones de bienestar son la Salud y la Educación. No es suficiente, que el Estado garantice las necesidades básicas para la existencia, y que asista a todo aquél, cuyo trabajo no le baste para solventar esas necesidades. El Estado debe hacer más, debe asistir a cada uno de tal manera, que tenga las condiciones necesarias, para una existencia en condiciones de salud (…)” (Virchow, 1848, citado por Saforcada, 2010, p. 143).
Es posible considerar que las malas condiciones de salud, el deterioro de la educación pública junto con políticas enraizadas en el neoliberalismo y en el capitalismo deshumanizado son los factores responsables de impedir el desarrollo humano en los países de América Latina. En contraste con lo anterior, las buenas condiciones de salud, junto con óptimos niveles de desarrollo cultural e intelectual de todos los miembros de la sociedad son el sustento y el punto de partida para el desarrollo integral.
Desarrollo, salud y educación
Desde la mirada del buen vivir, hay una relación armónica entre desarrollo social, salud y educación. Es significativo resaltar el sentido de estos conceptos, en el marco del desarrollo de condiciones positivas de vida.
El doctor Enrique Saforcada (2010) define el concepto de desarrollo a partir de la noción básica de desarrollo económico, que expresa el diccionario de la Real Academia Española: “Evolución progresiva de una economía hacia mejores niveles de vida”. Señala que, desde el enfoque del buen vivir, este concepto se presenta como limitado e incompleto. Por esta razón, es importante relacionarlo e integrarlo al concepto de salud en sentido amplio, es decir, que describe no solo la ausencia de enfermedad, sino que apunta a las condiciones de desarrollo pleno de una persona, y la profunda sensación de bienestar y realización personal y comunitaria. Este sentido del concepto de salud va de la mano con las condiciones socio históricas, políticas y económicas, que definen, el contexto de una persona y su comunidad. El concepto de desarrollo se orienta a la evolución progresiva de los conocimientos, valores, creencias, hábitos y comportamientos de los integrantes de una comunidad o de la sociedad en general, tendientes a la concreción de mejores niveles de salud. En este punto resulta significativa la siguiente cita:
“(…) La salud es la situación de relativo bienestar físico, psíquico, espiritual, social y ambiental (el máximo posible en cada momento histórico y circunstancia sociocultural determinada), debiéndose tener en cuenta que dicha situación es producto de la interacción permanente y recíprocamente transformadora entre las personas y sus ambientes, comprendiendo que todos estos componentes integran a su vez el complejo sistema de la trama de la vida (…)” (Saforcada, 2010, p. 43).
Cada Estado democrático crea condiciones para el desarrollo sano de los miembros de su comunidad, regula su ejercicio y reconocimiento, mediante leyes que emanan de la participación y voluntad de la ciudadanía. El proceso de transformación de las políticas del Estado, en materia de salud pública, implica enfocarse en el concepto de vida y bienestar, siguiendo lo que hemos desarrollado como buen vivir.
Al mismo tiempo, y en materia de educación, sólo esta mirada positiva, orientada a la construcción y al hacer, nos permitirá educar. El ejercicio de la tarea docente no puede ejercerse si no es desde una mirada de lo posible, desde un horizonte a alcanzar. Todo niño o niña, adolescente llega a la escuela con un recorrido y experiencias de vida que dan cuenta de su singular modo de ser, de comunicarse, de expresarse, de conocer y de aprender. En los procesos de socialización, que se desarrollan en la escuela, cada sujeto se hace consciente de su singularidad, por medio de la experiencia de compartir con otros. Es en este proceso de socialización, donde la frontera entre lo propio y lo ajeno, lo conocido y lo nuevo, se evidencian, se vivencian, se manifiestan. Por lo tanto, el desarrollo de una conciencia de quien soy yo, como sujeto único e individual solo es posible a partir de la vivencia de estar con otros. De este modo, toda práctica pedagógica implica el respeto por la originalidad y singularidad del estudiante quien es concebido como el punto de partida y la razón de ser de la tarea de educar. En sentido contrario, la acción educativa puede traducirse en una expresión autoritaria en cuanto implica acciones que no necesariamente conducen al desarrollo de las potencialidades propias de cada sujeto.
La calidad de vida y el buen vivir como objetivo de la gestión política, para el desarrollo individual y comunitario
Es responsabilidad directa del Estado garantizar a toda la población los derechos esenciales para el desarrollo humano integral. Este punto debe constituir un objetivo prioritario de la salud y de la educación: formar para la toma de decisiones enfocadas desde el cuidado de la vida. Se propicia generar cambios, con impactos en las prácticas profesionales docentes y en salud, en los procesos de crianza y acompañamiento familiar y en procesos de inserción social, cultural y laboral de cada comunidad. Se busca generar procesos de trabajo, mediante la puesta en marcha de un círculo virtuoso de identificación de logros y necesidades, definición y negociación grupal de objetivos, metas y estrategias de acción, para una nueva evaluación, de la situación lograda por la comunidad.
La comunidad es protagonista de los procesos de gestión de cambios. Este principio esencial se debe manifestar en decisiones políticas, educativas, financieras y de cualquier otro campo de la ciencia y de la cultura. Debemos educar para decidir, desde la perspectiva de la vida y del buen vivir.
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