Página 12 - Jueves 12 de junio de 2014
Una organización de cooperativas de viviendas populares decidió incorporar a pacientes externados de los hospitales monovalentes Borda y Moyano, en un plano de igualdad con los demás cooperativistas y con la asistencia de un grupo de residentes en salud mental que, hoy, da cuenta de una experiencia de “recuperación del rol de ciudadano”.
Por Nicolás Alonso, Paula Dombrovsky,
Mariela D’Oria y Nicolás García *
Varias de las cooperativas y viviendas transitorias que conforman el Movimiento de Ocupantes e Inquilinos (MOI) se encuentran en los barrios de Barracas y San Telmo, y algunas de ellas lindantes con los grandes hospitales monovalentes Borda y Moyano. Dada esta cercanía, pacientes externados se fueron acercando a la organización. Así fue que el MOI tomó por objetivo integrar a dichas personas en sus cooperativas, articulando esfuerzos con profesionales del hospital Borda. Fue así que comenzó a gestarse el Programa de Externación (actualmente denominado Programa de Integración Comunitaria, PIC).
El PIC procura acompañar, en su inclusión a las distintas cooperativas de vivienda del movimiento, a personas con padecimientos mentales usuarias del sistema de salud, algunas de ellas con antecedentes de largas internaciones. Este acompañamiento se realiza principalmente desde dos tipos de reuniones: se alternan, cada una con frecuencia quincenal, las asambleas de usuarios y las reuniones de coordinación. La asamblea es un espacio donde se reúnen los usuarios del programa con los coordinadores. Allí los usuarios plantean diversas situaciones, problemas y necesidades respecto de su vida cotidiana y tratamientos, para pensar conjuntamente las vías posibles de solución.
Los coordinadores del PIC son integrantes del MOI: una trabajadora social y compañeros y familiares que se acercaron al programa, por propio interés o convocados por otro compañero o por la presencia de un familiar. Las tareas son básicamente las de acompañamiento del usuario en aquellas situaciones que así lo ameriten en su inserción a la vida en los Programas de Vivienda Transitoria (PVT) de la organización, que provee viviendas temporarias hasta que finaliza la construcción de la vivienda cooperativa; también se los atiende en sus acercamientos al sistema de salud y en la viabilización de otras necesidades que requieran ayuda. Vale destacar que el MOI hizo un lugar en distintos PVT –por lo tanto, sin pago de alquiler– a todos los usuarios que participan en el PIC.
Por nuestra parte, como residentes de salud mental en la CABA, decidimos rotar en el MOI, porque nos interesaba conocer una modalidad de abordaje de salud mental planteada desde la comunidad. Y hoy queremos transmitir nuestra experiencia en el dispositivo del PIC, y lo que fuimos pensando a medida que avanzaba nuestro proceso de rotación. Al incluirnos en el MOI pudimos compartir y conocer los efectos en la subjetividad de muchos de sus integrantes que han vivido largos años internados. Historias de prolongadas internaciones “por causa social”, abandono, pérdida de contacto con familiares y del lazo social en general. Vidas arrasadas (Vidas arrasadas, La segregación de las personas en los asilos psiquiátricos argentinos, CELS, 2007) por la institucionalización y los efectos desubjetivantes que la misma implica.
Pero, en este caso, se trata de pacientes que dejan de habitar esa única identidad para comenzar a asumir nuevos roles y responsabilidades propias de cualquier ciudadano. Es para resaltar este proceso en tanto permite conmover esa identidad institucionalizada y artificial de pacientes por diagnóstico: esquizofrénicos, bipolares, etcétera. Identidad por mucho tiempo única y cristalizada como efecto de su participación en una institución total, pero que también se reproduce por fuera de esa institución si no se les ofrece nuevas alternativas para identificarse. Como escribió Benedetto Saraceno (La ciudadanía como forma de tolerancia, OMS,1999), “si la identidad es una exigencia irrenunciable, sin embargo de una sola identidad se muere”.
Así, entonces, se organizan y comienzan a relacionarse con quienes comparten la misma necesidad habitacional, generándose un nuevo rol: el de cooperativista. Este rol implica un cambio destacado respecto de la pasividad que traían del manicomio, ya que los cooperativistas deben trabajar por el objetivo de lograr la vivienda. Este rol habilita entonces un giro subjetivante, permitiendo que los usuarios pasen ahora a compartir responsabilidades, derechos y obligaciones con los demás cooperativistas, lo cual permite a su vez apropiarse del rol de ciudadano. Acordamos con Saraceno en pensar la ciudadanía como precondición de cualquier tratamiento de la enfermedad.
En el transcurso de nuestra rotación por el dispositivo del PIC hemos podido ver de cerca entonces este proceso. Es el recorrido que muchos de sus integrantes realizaron, dejando de ser pacientes para convertirse en cooperativistas. El hecho de que el eje principal de integración sea mediante el recorrido hacia el acceso a una vivienda permite una verdadera inclusión social, a partir de una condición que es igual para todos.
Nos interesa destacar que la inclusión que el MOI permite no surge desde el campo específico de salud mental, con objetivos que tengan que ver con la inclusión de pacientes. Se trata más bien de una contingencia geográfica, ya que al MOI se acercaron personas con necesidades habitacionales y entre ellas pacientes recientemente externados de los hospitales del barrio: como respuesta a estas incorporaciones surge el PIC. Si bien desde un principio hubo trabajadores de la salud mental para articular este acercamiento, lo cierto es que el ingreso a las cooperativas se da como cooperativistas, no como pacientes.
Este movimiento permite salir, al menos en parte, de la artificialidad generada desde la mayoría de los efectores o dispositivos de salud mental que trabajan con el objetivo de la inclusión social. Aquí hemos podido participar en procesos de integración bajo condiciones realistas, con genuinas formas de participación comunitaria. Hemos visto cómo los usuarios recuperaban el lazo social, entablando vínculos de amistad, de pareja, de vecindad. Una verdadera red que sostiene fuertemente a cada uno de los usuarios, impidiendo muchas veces internaciones, encontrando e intentando inventar otras soluciones ante la eventual crisis de algún compañero (Canosa, Kaski, Luchetenberg, y Rodríguez, J. “Inclusión... ¿a dónde?”, en Clepios. Revista de Profesionales de Salud Mental en Formación, 2010). Esto nos parece crucial. Pensamos que es un ejemplo de cómo la desmanicomialización y el abordaje comunitario de la integración de la diversidad no sólo es posible, sino que ya se está llevando a cabo, con efectos que esperamos sean multiplicadores.
La inclusión verdadera
En nuestra práctica cotidiana como residentes en hospitales generales de la ciudad vemos que muchas internaciones son motivadas y otras tantas externaciones limitadas por la problemática habitacional. Situación contrastante con lo que establece la Ley 26.657 de Salud Mental: “En ningún caso la internación puede ser indicada o prolongada para resolver problemáticas sociales o de vivienda, para lo cual el Estado debe proveer los recursos adecuados a través de los organismos públicos competentes”. Con frecuencia encontrarnos miradas profesionales que se resignan a la exclusión como única opción. El Estado, como solución a la denominada “emergencia habitacional”, ofrece la residencia temporaria en hoteles bajo un subsidio habitacional. Por otro lado, como propuesta más inclusiva, encontramos las casas de medio camino, pero en ellas hay escasas vacantes, no todos los pacientes son aceptados y se espera de ellos determinadas “habilidades”. Además, se trata de casas donde viven todos “locos”, pensadas para “ellos” y determinadas en sus modalidades por cuestiones que hacen a sus tratamientos. Creemos que esta artificialidad es una forma de exclusión, ya que continúa estigmatizando y recluyendo en dispositivos “protegidos” a personas cuyo objetivo es lograr su autonomía con responsabilidades reales. Se reproduce entonces la modalidad manicomial.
Es posible que estos dispositivos sean necesarios para luego dar el salto hacia dispositivos cada vez más inclusivos, hasta que desaparezca este tipo de espacios particularizantes y se busque la inclusión de manera general, trabajando desde la sociedad y sobre la sociedad. En la misma línea nos preguntamos si deberían existir más dispositivos específicos de rehabilitación en salud mental o si tenemos que repensar y trabajar más, directamente en la comunidad para que desde allí se pueda incluir.
Esto nos lleva plantear que la comunidad representa el único tercer nivel de atención (el de mayor complejidad) posible en salud mental, además de ser muchas veces el primero por la importancia de la red de contención de cualquier sujeto para su proceso de salud-enfermedad. Durante nuestras rotaciones fuimos observando que el MOI y PIC, que procuran dar respuesta a una necesidad básica que condiciona la vida, como lo es la vivienda, no se limitan a esto, ya que su dinámica de organización permite articular los tratamientos e incluye a los usuarios en cooperativas de trabajo. La modalidad asamblearia permite abordar también lo que se concibe como cuarto nivel de la prevención. Este nivel es el que busca reducir los daños iatrogénicos, causados por la propia medicina, en este caso por las instituciones asilares de lógica totalitaria que históricamente han servido para el “tratamiento” de los padecimientos mentales.
El horizonte quizá sea entonces la integración plena, sin necesidad de abordajes particulares para los sujetos que padecen, sino desde una intervención, un abordaje y un trabajo que opera también sobre los “incluidos”, es decir, sobre el campo social ampliado, a fin de construir estrategias colectivas de inclusión para aquellos que sufren el quedar por fuera.
Es interesante notar que un símbolo que circula dentro del movimiento es el del caracol, que lleva a cuestas su casa y también su barrio y su lugar como ciudadano. Desde la organización se rescata el caracol como testimonio de la resistencia, autonomía y paciencia histórica. Esto tiene a su vez raíces en el Movimiento Zapatista, de México, de donde también proviene su forma de organización para gobernar: “Mandar obedeciendo”. Elegimos relevar este punto desde el equipo de trabajo, tras la visita en la que pudimos ver, efectivamente y con una presencia impactante, las viviendas ya construidas y habitadas por muchos de los cooperativistas.
Nos parece fundamental pensar nuestro rol como profesionales –y representantes del discurso sobre salud mental– despegándonos de las lógicas paternalistas tradicionales que muchas veces signan las decisiones e intervenciones que, contradictoriamente, pretenden arribar a prácticas integradas y restituyentes de autonomía. Los imaginarios que sostienen las lógicas subyacentes a las prácticas tradicionales deben revolucionarse a partir de las intervenciones que los profesionales de salud podamos inventar. Ante todo, estamos dispuestos a repensar nuestro horizonte dando lugar a los movimientos, todavía minoritarios, que anuncian ese camino.
* Residentes de Salud Mental de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
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