Página 12 - Martes 15 de octubre de 2013
Integrantes de talleres de neuropsiquiátricos de todo el país compartieron durante una semana sus artes y debatieron junto a otros usuarios del sistema de salud mental la puesta en marcha del plan para eliminar esos hospitales. Las jornadas, los reclamos.
Desde Mar del Plata
En 2020, los manicomios no deberían existir más. Así lo establece el Plan Nacional de Salud Mental, presentado hace exactamente una semana. Lo que demostró el 12º Festival y Congreso de Arte y Salud Mental es que si eso ocurriera, uno de los sectores más lastimados de la sociedad tendría posibilidades de salir de un infierno. Hoy, considerando esfuerzos, resistencias y presiones, lo de 2020 suena a profecía maya, pero abre una perspectiva esperanzadora para quienes padecen la peor de las enfermedades: el neuropsiquiátrico. El festival, organizado por la Red Argentina de Arte y Salud Mental, presidida por Alberto Sava, fue una fuerte apuesta antimanicomio (o desmanicomializadora): usuarios del servicio público de salud mental de distintas partes del país, de Paraguay y Ecuador, internados y externados, compartieron en Mar del Plata el arte que desarrollan en distintos talleres.
Por esa ciudad circularon entre el martes y el domingo alrededor de 600 personas, en su mayoría integrantes de talleres de variadas disciplinas artísticas que tienen lugar en hospitales públicos, tanto monovalentes, como el Borda, como generales con áreas de Salud Mental. También había participantes de actividades que se desarrollan fuera de las instituciones. Viajaron usuarios y coordinadores (en ciertos casos, los coordinadores son los mismos usuarios o ex usuarios). Hubo delegaciones de La Pampa, Chaco, Córdoba y Neuquén, entre otras provincias. Todos estos grupos comparten premisas: entre ellas, que el manicomio es más una enfermedad que una cura, y que el arte es una potente herramienta de transformación social. De ahí el lema del festival: “Una puerta a la libertad. No al manicomio”. El antecedente fundamental de estas ideas se ubica en Trieste, Italia, en los ’70; una reforma encabezada por el psiquiatra Franco Basaglia, fundador de la psiquiatría sin manicomios. En el encuentro en Mar del Plata, el arte no fue lo único que “abrió” el manicomio. Tan crucial como la libertad de expresión sobre un escenario fue el hecho de trasladarse hasta otro lugar, pisar otro suelo, sobre todo para quienes viven su día a día entre las paredes de un hospicio.
Muchos no conocían el mar. Carlos, un integrante del Frente de Artistas del Borda (FAB), es sordomudo y, apenas lo vio, simplemente se largó a llorar. Algunos hacía años que no pisaban la calle. Se los veía circulando por la zona céntrica de Mar del Plata entre el susto y la alegría. Una mujer se sorprendió al ver un cuchillo en la cena: contó que hacía años que no comía con ese utensilio. “Eso es el manicomio”, aseguró la coordinadora de Desate, la radio del Hospital Moyano. En el encuentro hasta nacieron historias de amor. La última mañana, pese a la niebla y una llovizna molesta, algunos fueron a la playa a ver el mar por última vez. Todos los asistentes ocuparon el Hotel 8 del complejo turístico de Chapadmalal, ese gigante de cemento ubicado en el medio de la nada, inaugurado en el primer gobierno peronista y puntapié inicial del turismo social. Hasta tarde en la noche había gente reunida en los pasillos y halls del edificio, calentando agua en pavas eléctricas o con calentadores para tomar mate, charlando en ronda, con una guitarra, haciendo malabares o fumando afuera. Y eso a pesar de que las jornadas del congreso/festival eran maratónicas. A la noche todos llegaban agotados, porque las actividades estaban programadas una detrás de la otra. Pero la hora de irse a dormir se iba retrasando cada día, paulatinamente. Las mesas, espectáculos y talleres ocurrían a 23 kilómetros de allí, en pleno centro de Mar del Plata.
Cuando caía la noche, en Chapadmalal aparecía la parte under del festival. Los momentos “parakulturales” del congreso. Hasta hubo un fogón en la arena. La última noche, la del sábado, se armó un baile en el teatro del Hotel 8 cuando, a juzgar por las ojeras, todos se irían a dormir temprano. La noche del viernes hubo una varieté organizada de modo espontáneo, aunque los artistas pudieron conseguir la técnica para llevarla a cabo. Duró, más o menos, hasta las cuatro de la mañana. Y no estaba incorporada en la grilla oficial, pero seguramente muchos de los que estuvieron la recuerden como uno de los mejores momentos del festival. Hubo ni más ni menos que veintiún números de cinco minutos cada uno. Algunos recitaron poesías, como Doris, integrante de Desate, que dijo de memoria una de Lorca; o Carlos Moretti, quien ofrendó una oda a la primavera con doble sentido que hizo estallar en risas a la platea. El hombre es un ejemplo vivo de la desmanicomialización: estuvo internado en el Borda y, como le gustaba el arte plástico, empezó a frecuentar el galpón del Frente. Sigue participando en talleres de plástica y de mimo. “A mí lo que me sacó del manicomio no fueron los psiquiatras. Fue el Frente de Artistas del Borda”, comentó Moretti a Página/12. Obsesionado por la puntualidad, Moretti fue un engranaje imprescindible del congreso, como parte de la comisión organizadora. “Yo no me puedo ir a la playa. Vengo a trabajar. Voy si termino con todo lo que tengo que hacer. Eso se lo dejamos a los usuarios”, decía, esperando un colectivo para viajar a Mar del Plata, más temprano que nadie.
A la noche aparecían caras pintadas con maquillaje artístico y gente disfrazada. Como Trini, también del FAB, que el día de la varieté llevó el vestuario más atrevido, con un camisón rosa y, sobre él, un push up violeta que se le caía. Carlos, llegado de General Pico, del Establecimiento Asistencial Centeno, cantó “Yo te amo”, de Raphael.
En el centro de arte más importante de Mar del Plata, donde están las salas Roxy, Melanie y Radio City, sobre la calle San Luis al 1700, ocurría el grueso de las actividades del congreso. En ese coqueto teatro, empapelado con caras de famosos –como Alfredo Casero, que estuvo este fin de semana largo– y rodeado de vidrieras, se mostró la mayoría de los espectáculos y se desarrollaron las mesas en las que se debatió la Ley Nacional de Salud Mental, reglamentada en mayo (ver aparte). Al final de algunas funciones, arriba y debajo del escenario, algunos artistas lloraron, conmovidos por la experiencia. Los espectáculos fueron muchísimos y hubo de todo: teatro, música, danza, mimo, circo y exposiciones. Las obras tenían que ver con la locura o tocaban el tema tangencialmente, como es el caso de Ciudad, de la compañía Barquitos de Papel, que habla de la vida en las grandes ciudades. El festival mostró su carácter federal: hubo, por ejemplo, sapucais chaqueños para una danza con grandes marionetas y una radio abierta de Paraguay. Uno de los desafíos de este festival, que se realiza cada dos años, es acercar más al turista. Eso, aunque en pequeña escala, ocurrió. Pero como las entradas no se vendían, resulta difícil hacer un cálculo de la asistencia. Se escucharon comentarios de personas que no estaban invitadas al congreso, como el de una mujer que quedó sorprendida con el espectáculo de mimo del FAB. Otra sede fue el Teatro Colón de Mar del Plata, donde se realizó el cierre el domingo, con presencia de autoridades de la Municipalidad de General Pueyrredón.
El festival exhibió las facetas ideológicas y políticas de la “locura”. De parte de los usuarios del servicio público de salud mental hubo, en varias mesas, críticas a Mauricio Macri. El sábado, el Hospital Borda cumplió 150 años. Un hombre de Neuquén (del grupo Artepidol) tomó la palabra para solidarizarse con sus compañeros del hospicio porteño: “Señor Macri, con la gente del Borda no se jode. No mande a esa policía de mierda. Usted no es un hombre, es un cobarde”, dijo. Trini, del FAB, le pidió que no lo nombrara. Que era mala suerte: “A ver si todavía aparece por acá”. Varias veces se repitió que los locos son los que están fuera de los manicomios, no los que están dentro, porque aquéllos son capaces de mandar una represión a un neuropsiquiátrico (entre otras cosas). “El loco es el chivo expiatorio de una familia enferma y de una sociedad enferma”, dijo la gran poeta Marisa Wagner, fallecida el año pasado, adorada por los artistas considerados locos, y a quien se le dedicó este festival.
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