Doña Carmen tiene 60 años y a la sombra de uno de los vagones que forma parte del convoy, dice que está contenta porque los médicos le van a dar unos anteojos nuevos. Es media mañana y la mujer llegó hace un rato a la estación del ferrocarril de Palmira, donde esta semana se ha instalado el tren sanitario de la Nación. En ese predio hay más de 300 personas que van y vienen, la mayoría de ellas buscando solución para algún problema social o de salud.
"Vivimos en Nueva California y nos juntamos varios vecinos para venir. Yo perdí los lentes hace casi dos años y no he tenido plata para hacérmelos de nuevo", dice la mujer y explica que trabaja como modista y que concentrarse en las agujas sin los lentes suele traerle dolores de cabeza: "Estoy cosiendo dos horitas y tengo que parar porque se me cansa la vista".
Hace más de cinco años que el tren sanitario salió a recorrer ciudades y pueblos del país, con la idea de arrimar un servicio de salud a los sectores más olvidados y quienes viajan en él dicen que es como hacerlo arriba de un hospital móvil.
Es una enorme estructura formada por ocho vagones, dos camiones, media docena de módulos, un par de camionetas y una ambulancia, que atiende por día a más de 400 personas, y que determina su recorrido en base no sólo a las necesidades sanitarias de una región sino, y fundamentalmente, al estado de las vías del ferrocarril.
"Esta vez íbamos a ir a la zona de Río Negro pero no sé en qué parte las vías están rotas y terminamos viniendo a Mendoza", dice Moira Urriza, a cargo de todo el presupuesto para salud que maneja el tren. Después de darle algunas indicaciones a dos personas que están descargando cajas de remedios de un vagón, Moira explica que el tren tiene dos áreas, una de Salud en la que funcionan consultorios de una docena de especialidades y otra de Desarrollo Social, para los temas de pensiones, jubilaciones y subsidios.
De vocaciónEn el tren trabajan unas 90 personas y además de médicos, asistentes sociales, bioquímicos y radiólogos también hay cocineros, gente de mantenimiento, administrativos, choferes y un grupo de diez jóvenes del Ministerio de Cultura que arman murgas para animar a los pibes que van a hacerse atender.
Parte de ese personal duerme en los vagones y otros lo hacen en hoteles o alojamientos de aquellos pueblos que visitan. "Vivir acá no es para cualquiera y por eso decimos que antes que un egresado de Oxford necesitamos personas con vocación, que tengan ganas de arremangarse", cuenta Julio Deruvo, que es el coordinador general del tren y continúa: "Por las noches tenemos talleres de psicología, para que el personal haga catarsis y descargue la tensión acumulada en el día".
En estos años el tren anduvo por varias provincias (vino dos veces a Mendoza) y recorrió más de 25.000 kilómetros. "No cobramos por ningún servicio pero tampoco hacemos clientelismo. La gente viene, saca un turno y se la atiende", cuenta Fernando Kukuljan, coordinador de los médicos y a modo de anécdota cuenta que en el tren ya se atendieron cinco partos, "el último de ellos en Lugones, hace unos tres meses".
Aunque el tren tiene personal de mantenimiento es un fierro que cada tanto se rompe: mientras se hacía esta nota no había gas en la cocina y durante el verano pasado, en Santa Fe, el personal debió trabajar con 50° adentro de los vagones porque el aire acondicionado no funcionaba.
"Tal vez muchas veces no damos soluciones finales pero unos lentes, una silla de ruedas, una prótesis o el subsidio para una máquina, de alguien que vive en medio del campo es una ayuda, que a veces no llega de otro modo", cierra Deruvo y después sigue con su tarea en los vagones del tren
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