El tema de las drogas y el narcotráfico en Argentina se ha transformado en las últimas semanas en “trending topic”, concepto de moda en las redes sociales que significa “eso de lo que más habla la gente”.

Los abordajes son innumerables y así lo reflejaron casi todos los diarios del país en sus ediciones de domingo. La periodista Cecilia Amadeo, en Diario UNO, privilegió un informe que indica que tanto al sistema de salud público como al privado han comenzado a llegar casos de niños de 9 años que se drogan o se emborrachan, sea por imitación o por falta de contención familiar.

Hay alarma, claro. ¿Y qué hacemos? El diputado Daniel Cassia, por ejemplo, presentó un proyecto de ley para transformar en obligatoria en las escuelas de Mendoza una materia que se llame Prevención de Adicciones, que debería dictarse desde el nivel inicial en adelante.

“Tenemos que dejar de legislar con los títulos de los noticieros”, le retruca el coordinador de Toxicología del Ministerio de Salud, Sergio Saracco, quien redobla la apuesta y argumenta que el sistema educativo debería reinstaurar una asignatura como Seguridad y Puericultura, al estilo de la que cursaban nuestros abuelos.

El objetivo sería que los niños y adolescentes pudieran dimensionar la necesidad del autocuidado, porque en definitiva drogarse o alcoholizarse son sólo árboles de un bosque más frondoso que esconde la falta de proyectos y objetivos.

“Los chicos terminan despersonalizados, como zombis. El abuso de sustancias es una cara. Hay otras. Están los que acuden a la comida, lo que deriva en casos severos de obesidad; otros se vuelcan a los fierros, en los gimnasios, pero con hiperactividad, lo que tampoco es bueno. O caen en el ocio constante. O vuelcan todas sus expectativas en ser campeones en el sexo y terminan tomando viagra como si fueran aspirinetas para no fallar”, resume Saracco.

Lo que pocos visualizan es que estos jóvenes llegarán a los 40 o 50 años con corazones debilitados, diabéticos, hipertensos, con disfunción renal o alteración de la memoria y de sus capacidades intelectuales.

¿Le corresponde a la escuela hacerse cargo de semejante panorama? “Sí”, me responde Saracco. “Es el fortín de avanzada que nos queda. El sistema de barricada que te-nemos a mano. Porque la problemática ya superó la barrera del sistema de salud”.

De hecho, el especialista ha contado en varias entrevistas que están recibiendo casos de hombres y mujeres de 20 años que entran infartados a raíz del consumo prolongado de cocaína.

En la Dirección General de Escuelas no le escapan al debate. A través de María Rosa Sfeir, titular de la Dirección de Orientación y Apoyo Interdisciplinario a las Trayectorias Escolares (Doaite), aclaran que el título de Higiene y Puericultura ha quedado “un poco viejo”, aunque más allá de la nomenclautra no vendría mal educar sobre el cuidado del cuerpo y la mente.

Sería más bien profundizar un camino que ya vienen recorriendo: el de la prevención inespecífica, que implica generar desde los colegios talleres y proyectos de deportes, recreativos, o creativos en los que niños y adolescentes puedan encauzar sus intereses y deseos.

Para Sfeir, la familia es clave. Pero cuando ese núcleo no está atento, o no promueve el desarrollo de sus hijos, la escuela tiene que salir en auxilio. “No es cuestión sólo de información, que está al alcance de todos. Es más el tema de la formación. Nosotros estamos dispuestos a trabajar en ello”.

Hay quórum, diría yo. La Legislatura –donde al menos ya hay una idea “en aras de”– podría prestarle oídos al trending topic del momento. Agarrar la emergencia para mejorar las perspectivas del futuro.