La música tiene incontables propiedades, que van desde permitir escaparnos de la realidad -aunque sea por momentos- hasta cambiarnos por completo el humor en cuestión de segundos.

Entre ese amplio abanico de virtudes se destaca la función terapéutica y es ella en la que trabaja desde mayo la gente de la escuela de música El Faro y María Pía Fracchia (psicóloga del área infanto juvenil del hospital neuropsiquiátrico Carlos Pereyra) junto a un grupo de chicos de entre 9 y 16 años.

“Desde hace tiempo empezamos a ver la posibilidad de hacer talleres de música para los chicos del lugar. Hace años venimos tratando de implementar el arte en la cura y, hablando con la coordinadora del infanto juvenil, notamos que había un déficit de tratamiento en los púberes (desde los 8 ó 9 años hasta el inicio de la adolescencia), porque es una edad difícil en la que los chicos ya no juegan como niños ni hablan como adultos y los tratamientos se hacen complicados”, indicó Fracchia, quien resaltó que encontraron en la música el camino para la inclusión y reinserción.

“Es una edad en la que están muy enganchados con la música. Ha sido una gran pegada en esta franja porque es algo que los convoca”, contó la especialista.

“El objetivo del taller es que los chicos tengan un acercamiento a los instrumentos y que puedan hacer algo con ellos, darles un uso. No apunta a la perfección sino a que esa relación entre ellos y el instrumento pueda dar como resultado un producto propio”, agregó Gabriel Dell’Innocenti, baterista y uno de los profesores que participan del taller.

Gracias por la música

Del taller participan 15 chicos que eligieron entre el canto, la percusión, el teclado y las cuerdas (guitarra y bajo) para expresarse. Todos presentan diversos padecimientos psíquicos, aunque -como define Fracchia- en la escuela de música se dejan de lado los problemas y las patologías para dar mayor protagonismo a la música y sus intereses, que es lo que realmente importa.

“Nos encontramos con personas que en otras circunstancias ni abren la boca, hablan bajito o ni modulan. Pero con la música se sueltan y cantan con muchísimo entusiasmo. De hecho muchos llegan con prejuicios, por ejemplo, con los temas románticos que los consideran de chicas, y después terminan cantando todos lo mismo, apasionados”, agregaron los profesores.

Además de la psicóloga, junto a Dell’Innocenti forman parte del proyecto: Lisandro Pellegrina, Germán Sartori, Federico Tula y Lucas Di Giuseppe.

Si bien es la primera vez que trabajan con la música como complemento terapéutico (no se cambia por el tratamiento convencional, sino que se le agrega a éste), anteriormente ya han combinado las artes. En 2008, por ejemplo, los chicos del infanto juvenil participaron de un taller de cine y después se dio lugar a otros de pinturas y artesanías.

“Esto es realmente favorable, porque vos ves cómo los chicos van evolucionando. Se notan los cambios en los más tímidos; se ve cómo conectan con el grupo, con los instrumentos y los profesores. Muchos de ellos son pacientes míos y acá los ves en otra actitud”, contó Fracchia.

Idea de seguir

El proyecto en el que trabajan los profes de música y la psicóloga tiene fecha de finalización. Comenzó a gestarse a principios de año, salió a la luz en mayo y a fines de 2013 concluirá. Sin embargo, la idea -o mejor dicho, el deseo- de sus responsables es darle continuidad, aunque tienen claro que no será tarea simple ya que necesitan encontrar financiamiento.

“A principios de año, cuando empezamos a averiguar para poder concretarlo, nos encontramos con un gran problema: la falta de recursos. Golpeamos un par de puertas y en esa búsqueda encontramos el programa de inclusión social Gustavo Kent, dependiente de la UNCuyo. Gracias a éste pudimos darle para adelante”, continuó Dell’Innocenti. No obstante, agregó que una vez que llegue a su fin deberán buscar nuevamente recursos para poder continuarlo, tal y como es su intención.

La dinámica con que trabajan en las clases es por demás cambiante, principalmente porque por su edad los chicos se aburrirían rápidamente en caso de que se torne chato y uniforme.

“Las primeras dos semanas aprovechamos para presentarles los instrumentos a los que iban a poder acercarse. Después se empezó a separar y trabajar individualmente y los cuatro profes empezaron a enseñar de forma particular. A la mitad de la mañana, hacemos un recreo y generamos un espacio en común."

"Hacemos una ronda y los chicos cuentan cómo se están sintiendo con esto. Con el pasar de las clases hemos intentado hacer más trabajos de relajación y de a poquito conseguimos trabajo de ensamble, que es hacer algo en conjunto y sirve para que empiecen a manejar su instrumento, desarrollarlo y escuchar al otro”, siguió el músico fundador de la escuela ubicada en Brasil 312 de Ciudad.

Son los propios chicos quienes eligen o sugieren qué estilo de música quieren tocar, mientras que los profes -además de seguir la voluntad de los alumnos- proponen y abren las posibilidades. “Intentamos introducirlos en cosas nuevas, sacarlos un poco de la música que escuchan para que conozcan otras cosas”, sentenciaron los músicos y profesores.