Uno de los primeros en inscribirse fue Sebastián Lucero, de 23 años, quien desde marzo volverá a su escuela de barrio a cursar el primer año de la secundaria, ya que su intención es “conseguir un trabajo fijo, porque ahora siempre te piden, para cualquier cosa, tener estudios completos”. Sebastián contó que se gana la vida “haciendo changas”, en trabajos que “duran dos meses o menos”, y actualmente se desempeña en “una fábrica que es un taller de pintura”, y “a veces llaman si necesitan algo y a veces no”. “De una averigüé para inscribirme, y me dijeron que sí, que yo podía.”

Gisela Vázquez está cursando el primer año para contador público en la UBA y es otra de las jóvenes que se anotó en el Progresar porque necesita “un ingreso para no pedirles plata a mis papás”, ya que no está “buscando un trabajo fijo, porque es medio complicado trabajar y estudiar”. La joven, de 18 años, contó que “los 600 pesos me vienen muy bien porque estudiar no es sólo sentarse en la silla, sino que requiere gastos de viáticos, libros y fotocopias”.