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La seguridad interior y la venita tapada del general

El Sol- Jueves, 24 de febrero 2011

Por qué hay que distinguir seguridad interior de seguridad nacional. Estados Unidos, Argentina y el avión de la discordia.

América Latina termina en el Río Bravo. Ahora es un río seco por culpa de un arreglo espurio que desvió el agua hacia Texas y secó los campos mexicanos. Se podría cruzar caminando desde Ciudad Juárez hasta El Paso, si no fuera por las vallas, las rejas, las patrullas de fronteras, las cámaras de vigilancia. El Paso es una muestra del urbanismo del pánico que sufren las ciudades fronterizas de Estados Unidos. La amenaza está del otro lado del río, en América Latina.

En El Paso funciona un Centro de Inteligencia. Dicen que monitorea las comunicaciones y movimientos que hay en el lado mexicano de la frontera. Y también el segundo mayor regimiento de defensa aérea con artillería y misiles: Fort Bliss. Durante muchos años los soldaditos norteamericanos se cruzaban a Juárez para animar los prostíbulos, aprovechar el alcohol y las drogas. Estos servicios le dieron ganancias al Cártel de Juárez. Pero ya no cruzan. Miran desde lejos, con temor, pinchan teléfonos, monitorean todo lo que se mueve.

Su doctrina de seguridad sostiene que la amenaza está ahí, del otro lado. Puede ser el fanatismo islámico, el crimen organizado, grupos revolucionarios, pandillas, migrantes hambrientos. La nación está amenazada y las fuerzas armadas tienen que protegerla. En el 2005, el General Bantz Craddock, máxima autoridad del Comando Sur de Estados Unidos dijo ante el Congreso de su país que las pandillas de América Latina son una de las amenazas externas al "modo de vida" estadounidense. Podría haber sido el efecto momentáneo de una venita tapada, pero luego lo repitió la Secretaria de Estado y está publicado en manuales doctrinarios para militares.

Las pandillas o maras que tanto asustan, nacieron dentro de Estados Unidos en los años '80 y '90. Son un producto del racismo, la desocupación, la exclusión social y el narcotráfico en ciudades como Los Angeles o Nueva York. Tuvieron una génesis similar al de los grupos de gángster que durante los años '30 asolaron Chicago, pero que luego encontraron refugio en los partidos políticos, blanqueando negocios y aportando parlamentarios famosos. La persecución racial y política durante las décadas posteriores también facilitó la formación de las grandes pandillas de jóvenes norteamericanos que se sumaron a los reclamos de igualdad social. Es decir, esta amenaza externa que tanto asusta no es más que la proyección de los problemas que tiene el agónico capitalismo post industrial norteamericano para mantener pacificada una sociedad de desigualdades, inusual violencia, descomposición moral y agobiada por la corrupción estructural.

Cada cosa por su nombre

Quedan resabios culturales de aquella consigna: "América para los americanos". La doctrina de seguridad norteamericana confunde su seguridad nacional con la seguridad interior de los otros países. Es confundir mis problemas domésticos con tus problemas domésticos y querer ordenar mi casa ordenando la tuya. Las fuerzas armadas están para defender el país de una amenaza externa, pero no es posible militarizar a los países vecinos para sentirme protegido. El crimen organizado, el narcotráfico, las pandillas violentas son asuntos de seguridad interior y cada país los debe resolver con sus policías.

¿Acaso las fuerzas armadas están involucradas en la persecución a las drogas dentro de Estados Unidos? No. Porque son organizaciones con lógicas diferentes que tienen estructuras adecuadas a sus objetivos. Los militares se organizan para matar. Las policías se organizan para conjurar los delitos preservando las vidas. Los militares matan para defender u ocupar territorios. Las fuerzas de seguridad civiles ayudan a las sociedades a desalentar las actividades criminales que ponen en riesgo la vida y propiedades. Por eso no son intercambiables. Los militares haciendo seguridad son ineficientes y peligrosos. Durante las dictaduras de los '70 y '80, en tiempos de la Doctrina de Seguridad Nacional, cuando las fuerzas policiales se asimilaron a las estructuras militares, asesinaron, torturaron y montaron estructuras criminales. Hasta que las democracias reconquistadas dijeron que no se repita más, nunca más.

Sin embargo, algunos países como Colombia y México han militarizado aspectos de seguridad. El apoyo económico a través de cooperación militar de Estados Unidos con los planes Colombia y Mérida, ha fortalecido el papel de las fuerzas armadas en la seguridad. El poco éxito de estas políticas y las consecuencias sobre la vida de las personas es noticia diaria. Esta militarización suele traer una pérdida del poder de control de las instituciones democráticas sobre las acciones y también de la soberanía en la toma de decisiones que hacen al país. Hace poco conocí a una asesora del gobierno de Clinton que operaba desde la embajada norteamericana en Bogotá en las acciones contra los jefes narcos. Me relató que el ascendiente sobre las policías colombianas era tan alto que sus deseos eran órdenes.

La ley de la democracia

La ley de Seguridad Interior argentina es posiblemente la ley más importante de la democracia. Creó el sistema de seguridad interior ocupado de la cuestión criminal y lo separó de la defensa nacional, bajo responsabilidad de las fuerzas armadas. Todas las estructuras de seguridad están bajo el control del gobierno y del Congreso. La ley de Seguridad Interior le cierra la puerta a la militarización de la seguridad.

Defenderla ha sido un desafío nunca fácil de sobrellevar. Cada tanto aparecen los legisladores que tomaron un cursito en Miami o Washington donde descubren las bondades del patrullaje militar de las villas. O las fundaciones que reciben cooperación y buenos consejos para abrir el debate del rol de las fuerzas armadas en la seguridad interior en nombre de la paz, la libertad, el libre comercio y la lucha contra la corrupción. Incluso, es frecuente escuchar relatos de responsables de fuerzas de seguridad sobre la generosidad de la agencia antidroga norteamericana haciendo donaciones para estrechar vínculos, capacitar oficiales y compartir información. Los entrenamientos compartidos entre fuerzas de seguridad de distintos países son buenos ámbitos para construir amistades e intercambiar conocimientos más allá de las formalidades de las relaciones internacionales.

Pero, encima de todo están las políticas que define cada país. La Argentina no permite por ley militarizar su seguridad interna. El entrenamiento de funcionarios policiales por militares formados en una doctrina descartada por la Argentina hace ruido. Más allá de las altisonancias, el incidente del avión militar que intentó ingresar armas, medicamentos y equipos de comunicación no declarados al país entorpece futuros entrenamientos pero fortalece el debate sobre la seguridad democrática en la Argentina. 

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