Página 12 - Lunes 22 de octubre de 2012
Tal como ocurrió en la Argentina de 2001, la crisis económica y social sirvió de caldo de cultivo en Estados Unidos y Europa para el surgimiento de movimientos que cuestionan el orden establecido. Cuál es el presente y el futuro de esas organizaciones.
Por una democracia real
Por Alberto Montero Soler *
Cuando uno contempla la realidad económica y social española y de ahí amplía su mirada y la dirige hacia la de los pueblos portugueses o griegos, no puede dejar de hacerse algunas preguntas incómodas: ¿hasta cuándo serán capaces de aguantar tanto sufrimiento? ¿Cuál será la capacidad de resistencia de las estructuras familiares que, en estos momentos, son la última red de seguridad para evitar la caída de millones de personas en la exclusión social? ¿Merecen acaso dichos pueblos la tragedia que están sufriendo cuando han vivido y siguen viviendo en un entorno marcado, precisamente, por su grado de desarrollo y la amplitud de sus estructuras de bienestar social? ¿En qué momento entenderán que esta crisis sólo admite soluciones de ruptura y que toda propuesta reformista que no entre de lleno en las razones de la crisis está abocada a prolongar el sufrimiento? Y cuando entiendan esto último, ¿cuál será su reacción frente a una clase política que ha borrado de su vocabulario, y no digamos de sus políticas, el concepto de dignidad?
Las preguntas no son pocas ni la incomodidad que despiertan es menor. Muchas de ellas ya están siendo objeto de discusión en una reacción popular tan particular como es la de los “indignados” en España. Una reacción que surge al abrigo de una convocatoria puntual de movilización ciudadana y que se ha convertido en foco de atención e interés mundial. Su demanda no podía ser más básica y, al mismo tiempo, más perturbadora: democracia real.
De repente, la crisis económica erosionaba el principal pilar de la legitimidad de la clase política española: el acceso al consumo. Mientras que la renta y los niveles de vida de la población fueron en aumento y éstos se asociaron tanto al advenimiento de la democracia como a la incorporación a la Unión Europea y, posteriormente, a la Unión Monetaria, nadie quiso cuestionar la pantomima democrática que, desde los tiempos de la Transición, se ha vivido en España. La mejora de las condiciones económicas, aun a pesar de su desigual distribución, alejaba cualquier posibilidad de cuestionamiento del orden político y ha tenido que ser el deterioro de las mismas el que ha abierto la caja de Pandora.
De repente, una ciudadanía desideologizada y despolitizada, adormecida por la condición de nuevos ricos generada al calor de la burbuja inmobiliaria, descubría, con su estallido, que había entregado la soberanía popular a una clase política que actuaba en connivencia con los poderes económicos y en contra de sus representados; descubría que sus condiciones de vida dependían, en última instancia, de la política y no, como les habían hecho creer, de las leyes del mercado y su capacidad de posicionarse en el mismo; descubría, paulatinamente, la distinción entre la Política en mayúsculas y la clase política en minúsculas.
El proceso no ha sido fácil, ni ágil. Para muchos fue el descubrimiento de las asambleas, del respeto a la palabra ajena, de la importancia de la argumentación, de lo complicado que resulta la propuesta en positivo frente a la crítica en negativo. En gran medida, para la gran mayoría ha supuesto el nacimiento a su condición de seres políticos que, aún en pañales, contemplan con ingenuidad el mundo que les rodea y las formas de transformarlo.
Con ello no quiere minusvalorarse en lo más mínimo al movimiento, tan sólo se lanza una nota de advertencia sobre sus posibilidades reales de transformación de la realidad política española. Y es que, desde su aparición, el movimiento de los “indignados” o el 15-M, como se le conoce en España, es una expresión diferente, rara, anómala de los movimientos sociales clásicos y eso es tanto la fuente de sus fortalezas como de sus debilidades. De sus fortalezas porque es una realidad en continua construcción, capaz de reinventarse así misma bajo nuevas formas, que aglutina a sectores sociales que hasta ahora habían permanecido estancos pero que, ahora, confluyen en un sentimiento: la indignación. Una indignación que puede obedecer a razones muy diferentes, disímiles entre sí, pero que actúa como vector dinamizador de la protesta ciudadana y se convierte en la principal expresión, frente a las reivindicaciones concretas, del propio movimiento.
Pero, al mismo tiempo, esa forma anómala y ese actuar en torno de un sentimiento y no alrededor de reivindicaciones concretas puede ser la principal fuente de su debilidad. La alianza táctica entre quienes desean simplemente reformar el sistema capitalista y entre quienes plantean no sólo la necesidad de una reescritura completa del pacto social que nos rige sino, también, la superación del capitalismo, es muy quebradiza, máxime en un contexto crecientemente represivo y dominado por la virulencia de los recortes económicos y sociales. En ese entorno, la influencia de las posiciones conservadoras, temerosas de cualquier ruptura, puede impedir el avance hacia la única reivindicación verdaderamente emancipatoria: democracia real y efectiva.
* Presidente de la Fundación CEPS.
Occupy Wall Street
Por Ethan Earle *
El 17 de septiembre de 2011, más de mil personas se congregaron en el microcentro de Nueva York para protestar contra los abusos del sector financiero y la creciente desigualdad económica en Estados Unidos. Al final del día, un grupo de ellos decidió pasar la noche en una plaza a mitad de camino entre el World Trade Center, donde fundamentalistas religiosos habían matado a miles de personas diez años atrás, y Wall Street, donde fundamentalistas del neoliberalismo habían provocado la mayor crisis capitalista en ochenta años.
Comenzó así el fenómeno de Occupy Wall Street (OWS), que se extendería rápidamente a lo largo de Estados Unidos y el mundo. Nacida como protesta económica, se radicalizaría para incluir a un amplio rango de críticas, ideas y acciones de izquierda. Es incierto cómo llegó a captar tanta atención pública. Seguramente el clima económico y político fue un factor. La tasa de desempleo rondaba el 10 por ciento, una de cada seis personas vivía bajo la línea de pobreza y una serie de escandalosas estafas enfatizaba la decadencia del sector financiero. El tibio cambio de Obama había decepcionado y crecía el desencanto con el sueño americano. Por su parte, las redes sociales contribuyeron a la rápida difusión del fenómeno, salteando a los medios tradicionales que han obstaculizado en las últimas décadas la discusión política pública.
Contra las apariencias, OWS no salió de la nada. A principios de 2011, cientos de miles de personas protestaron durante meses en contra de una ley antigremial en Wisconsin. En la década anterior, varias manifestaciones masivas tuvieron lugar contra problemas específicos como la guerra de Irak. Antes, el movimiento antiglobalización, que desembocó en la cancelación de las negociaciones de la Organización Mundial de Comercio en Seattle en 1999, presagió las críticas al neoliberalismo de OWS y sirvió como escuela para muchos de sus participantes actuales.
Sin embargo, OWS se destacó y probablemente la clave de su éxito se encuentre en su modo de desarrollo. Nunca se estructuró como órgano definido ni estableció jerarquías o líderes explícitos, ni tampoco se enfocó en demandas específicas. En lugar de crecer como movimiento tradicional, se articuló principalmente a través de la política prefigurativa, donde las ocupaciones funcionaban como pequeñas sociedades regidas por la democracia participativa. Se abrió así un espacio que incluía bajo una misma esfera a quienes querían una revolución radical, una reforma puntual, abolir la Reserva Federal, hacer jardines comunitarios o, como es propio de muchas militancias, hacerse amigos y pasarla bien.
Esta apertura fue saludable para la izquierda, que sufría de fragmentación y baja autoestima hacía mucho tiempo. Pero también generó una cacofonía de voces que complicó su potencialidad. Hasta ahora, su principal éxito concreto fue la campaña Move Your Money, en la que unas 600.000 personas transfirieron su dinero de grandes bancos a cooperativas de ahorro. Por esta falta de enfoque táctico, muchos criticaron al movimiento.
Luego de los sucesivos desalojos policiales, efectuados a lo largo de noviembre mediante la mayor represión policial desde los años sesenta, OWS pasó por un largo invierno y una tibia primavera, cuando el Estado previno más ocupaciones y no quedaba claro cómo continuar. ¿Qué podía ser Occupy sin ocupación?
Desde ese momento, OWS se volvió subalterno, manifestándose en acciones pequeñas y específicas en barrios de las afueras de Nueva York. Por ejemplo, en Occupy Sunset Park, en Brooklyn, se apoya un rent strike (paro de inquilinos), incluyendo una campaña educativa sobre los derechos de vivienda. Otros buscan llevar OWS hacia una mayor focalización, como Occupy Debt, que propone huelgas de deuda y revela las raíces comunes de la deuda estudiantil (que alcanza a un trillón de dólares, superando la deuda crediticia), las famosas hipotecas subprime e incluso la crisis de deuda de municipios.
Pero OWS como fenómeno delimitado parecería perder fuerza. En su primer aniversario, el 17 de septiembre pasado, las protestas en Nueva York atrajeron a unos pocos miles y los medios tradicionales casi no lo mencionaron. A pesar de ello, OWS dejó una huella en la discusión político-económica del ámbito público. La famosa consigna “Somos el 99%” introdujo una crítica de clase que no se había articulado desde el macartismo. Hoy día, hasta el presidente inyecta en su campaña electoral una retórica “populista” que hace eco de la creciente desigualdad en el país. Incluso más importante, OWS dio luz, frente a la mirada de todo Estados Unidos, a una nueva izquierda, quizás inmadura, pero vigorizada y más consciente de sí misma. Como marca, OWS atravesó un momento de fama de reality show. Pero ese momento pasó. Muchos lo consumieron y ahora quieren consumir otra cosa. El desafío ahora para quienes desean un cambio progresista en Estados Unidos es usar lo que OWS fue en la próxima etapa de lucha social y económica.
* Gerente de Proyectos. Rosa Luxemburg Foundation. Nueva York.
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