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Terapia contra la violencia: presos adiestran perros

La Nación - Lunes 28 de julio de 2014

Mediante el programa Huellas de Esperanza, reclusos de dos unidades penales de Ezeiza entrenan a los animales para que ayuden a personas con discapacidad; se replicará en otras cárceles

Doris está a punto de recuperar la libertad después de estar dos años y dos meses en el penal de Ezeiza, condenada por narcotráfico. Durante el encierro pasó momentos muy duros, donde lo más difícil fue la convivencia.

Hoy, su inminente salida la llena de nervios, pero encontró una forma de calmar sus emociones: desde hace tres meses forma parte del programa Huellas de Esperanza, por el cual el Servicio Penitenciario Federal (SPF) busca bajar los niveles de violencia y elevar la integración de los internos al ofrecerles hacerse cargo de un perro.

El programa se aplica en las unidades 19 y 31 de Ezeiza, de hombres y mujeres, respectivamente, con 12 presos que están próximos a obtener su libertad o que tengan un perfil aprobado para esta actividad.

Además, se comenzará a trabajar con esta terapia en la Unidad N° 4 de Santa Rosa, en La Pampa, y en el penal de Marcos Paz, con jóvenes de 18 a 21 años que están detenidos bajo condiciones de máxima seguridad. En este último caso trabajarán con ocho perros de la calle.

Este tipo de programa ya ha tenido éxito en otros países, como en los Estados Unidos (ver aparte).

Según el programa, los presos no sólo tienen que hacerse cargo del animal: en la mayoría de los casos viven juntos y los entrenan para que sean perros que puedan ser utilizados por personas con discapacitadas motrices. Les enseñan a alcanzar objetos, abrir y cerrar puertas y cajones, prender y apagar luces, sacar prendas de vestir, mover una silla de ruedas y acomodar los pies de la persona que está sentada.

Doris y su perra, Eva, tienen una muy buena relación y por más que le costó, el animal aprendió a obedecerle. Ahora enfrentarán la dura tarea de separarse.

"El humor de las personas en la cárcel cambia todo el tiempo y eso lo hace un ambiente violento. Pero poder recibir el cariño constante de un animal fue muy importante para mí, sobre todo en esta última etapa antes de recuperar la libertad", dijo Doris, que, cuando regrese a su Colombia natal, piensa criar un perro.

Esta terapia fue diseñada en 1981 por la hermana dominica Pauline Quinn, una religiosa norteamericana que, luego de sufrir torturas en centros juveniles donde estuvo internada, encontró en los perros un camino para poder dejar de tener miedo e integrarse a la sociedad.

"Mi padre fue prisionero de guerra y nunca superó el estrés postraumático de la Segunda Guerra Mundial, por eso en mi casa hubo mucha violencia. Me escapé y pasé por 14 instituciones juveniles, donde me torturaron", recordó a LA NACION la hermana Quinn.

La religiosa agregó: "Cuando cumplí la mayoría de edad quedé en la calle y un desconocido me regaló un perro. Allí comencé a reconstruir mi vida y, al poco tiempo, adopté dos perros más. Empecé a perder el miedo, gané confianza y, poco a poco, deje de mirar para abajo y logré hablar con extraños".

Único en América latina

El proceso de entrenamiento dura entre 18 y 24 meses. La Argentina es el único país de América latina en utilizar el método: hasta el momento hay tres canes que se han transformado en perros de servicio entrenados por presos.

En la actualidad hay nueve perros más que están siendo entrenados. Cualquier persona que necesite de estos canes podrá comunicarse con el SPF para adquirirlos.

Es necesario que los presos tengan una celda individual, porque duermen con el animal. Por esta razón la actividad no se lleva adelante en los pabellones, salvo algunos casos donde el preso va a trabajar durante un horario con el animal y luego vuelve al pabellón.

La actividad la coordina un grupo interdisciplinario de nueve profesionales que incluye psicólogos, entrenadores, veterinarios y educadores sociales.

La psicóloga Daniela Igartua afirmó a LA NACION que el interno debe tener la capacidad de adueñarse del animal para poder ser elegido en el programa.

Además, Igartua explicó que si bien hay patrones de conducta que se repiten, "no necesariamente la condena define si el interno está apto para la terapia o no".

La educadora social del equipo, María Laura Pérez Arnaudo, consideró que se busca sacar el foco de atención del conflicto que hay dentro de la cárcel y ponerlo en el cuidado de un perro. "Es un gran elemento de sociabilización y distracción para los reclusos, y así disminuyen los conflictos internos en el penal", sostuvo.

Jesica, otras de las detenidas que participan del programa, es la encargada de criar a una perra que se llama Paz. "Hay que ser rigurosos, tener un horario. Es una presencia en la habitación que te reconforta y no te hace sentir sola. Me hace bien saber que Paz va a ayudar a alguien que lo necesita."

Patricia, criadora de Tomy, dijo: "Se crean momentos más afectuosos con los animales, uno logra calmarse y abstenerse un poco de la realidad que vivimos".

Un éxito en Estados Unidos

El haber estado internada en catorce centros juveniles, donde muchas veces la privaron de libertad, hizo que hermana dominical Pauline Quinn decidiera trabajar con presos en Estados Unidos.Hoy su método se utiliza en más de 300 cárceles de ese país y, por ejemplo, en Washington se realiza esta terapia en todas las cárceles de ese estado, como también en Florida, Maine, New Hampshire y Massachussets, donde se ha consolidado este tratamiento.Quinn fue profesora de Patricia Krenwinkel, una de las múltiples asesinas que ayudó a Charles Manson a matar a la actriz Sharon Tate, en la masacre de Beverly Hills, ocurrida el 9 de agosto de 1969."El cambio con los presos es inmediato.

"Cuando empezó el programa, Patricia Krenwinkel no interactuaba, no hablaba, no sonreía... Pero cuando le dieron un perro, ella se empezó a soltar y cambió notablemente su personalidad", aseguró Quinn.Además, comentó que esa tensión que siempre existe entre un preso y un oficial penitenciario se diluye ante la presencia del animal. Y según comentó, los hombres más musculosos y rudos de las cárceles norteamericanas son los que más cambian ante la presencia del animal. "Bajan las barreras defensivas, porque no se puede entrenar a un perro sin amor", sostuvo. Hoy, Quinn exhibe el resultado de estas terapias en Italia, Kenia, Uganda, El Salvador y México.

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